Autor: Felipe Pigna

Ramón Carrillo, el padre del sanitarismo en la Argentina, fue un destacado neurólogo y neurocirujano, que llevó a cabo una transformación sin precedentes en la salud pública de nuestro país desde una concepción social de la medicina. Creía que ésta debía orientarse «no hacia los factores directos de la enfermedad –los gérmenes microbianos– sino hacia los indirectos”. “La mala vivienda, la alimentación inadecuada y los salarios bajos –sostenía– tienen tanta o más trascendencia en el estado sanitario de un pueblo, que la constelación más virulenta de agentes biológicos”1.

En 1946 Juan Domingo Perón lo designó al frente de la Secretaría de Salud Pública, más tarde elevada al rango de ministerio. Durante los ocho años de gestión, en combinación con la Fundación Eva Perón, realizó una tarea titánica. Entre 1946 y 1951 se construyeron 21 hospitales con una capacidad de 22.000 camas. La fundación construyó policlínicos en Avellaneda, Lanús, San Martín, Ezeiza, Catamarca, Salta, Mendoza, Jujuy, Santiago del Estero, San Juan, Corrientes, Entre Ríos y Rosario. Se estableció la gratuidad de la atención de los pacientes, los estudios, los tratamientos y la provisión de medicamentos. Un novedoso tren sanitario recorría el país durante cuatro meses al año, haciendo análisis clínicos y radiografías y ofreciendo asistencia médica y odontológica hasta en los lugares más remotos del país, a muchos de los cuales nunca había llegado un médico.

Se lanzaron planes masivos de educación sanitaria y campañas intensivas de vacunación, con lo que en pocos años se logró la erradicación del paludismo, la eliminación de las epidemias de tifus y brucelosis, se logró combatir casi por completo la sífilis y disminuir la incidencia de la enfermedad de chagas. Además, el índice de mortalidad por tuberculosis se redujo en un 75 por ciento y la mortalidad infantil descendió a la mitad. Se crearon más de 200 centros de atención sanitaria en todo el país y más de medio centenar de institutos de especialización.

Carrillo impulsó la creación de EMESTA, primera fábrica nacional de medicamentos, ideada para el abastecimiento de remedios a bajo precio. También apoyó a laboratorios nacionales, a través de incentivos económicos, procurando que la población tuviera acceso a los remedios.

El impulsor de la medicina social había nacido en Santiago del Estero el 7 de marzo de 1906. Fue un alumno brillante y comprometido, de convicciones fuertes, que terminó el secundario resuelto a seguir la carrera de medicina. Para eso, dejó su Santiago natal y viajó a Buenos Aires volcándose de lleno al estudio. En 1929 se recibió con medalla de oro. Alma inquieta y decidida, alternó entre la teoría y la práctica,  realizando trabajos científicos junto al reconocido neurocirujano Manuel Balado, escribiendo para la Revista del Círculo Médico, y trabajando en las prácticas en el Hospital de Clínicas.

En 1930 obtuvo una beca de la UBA para perfeccionarse en Europa como neurólogo y neurocirujano. Viajó por Holanda, Francia y Alemania, y regresó a Buenos Aires en 1933, en plena década infame, una etapa que se caracterizó por la ausencia de la participación popular, la persecución a la oposición, la tortura a los detenidos políticos, la creciente dependencia de nuestro país y la proliferación de los negociados. Por aquella época, tomó contacto con las figuras emblemáticas de una corriente nacionalista, en la que se destacaron su coterráneo Homero Manzi, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz.

Los avances tecnológicos y científicos en medio de una sucesión de guerras lo llevaron a profundas reflexiones. “El hombre de hoy –decía– ha hecho sus esclavos a la electricidad y a la fuerza nuclear y será pronto el empresario de las fuerzas del mar y del sol. Estamos frente a un poder catastrófico que puede ser peligroso para el hombre mismo. La civilización vuela en aviones y cohetes, mientras que la cultura recorre todavía a pie los caminos del mundo. El hombre actual ha perdido la buena costumbre de la reflexión y la meditación. Llegará a la luna antes de haber extirpado de sí mismo algunos resabios bárbaros que lo empujan a la guerra y a la destrucción. A la destrucción de su propia obra. ¡Tremenda y trágica paradoja!”2

Hasta 1945, había dedicado su vida a la docencia y a la investigación, pero en 1946, tras el triunfo de Perón, Ramón Carrillo se volcó de lleno al desarrollo de un plan de salud pública nacional.

En 1937 recibió el Premio Nacional de Ciencias. Poco después fue convocado para organizar el Servicio de Neurocirugía del Hospital Militar Central. Tuvo entonces la oportunidad de atender a los conscriptos del interior, cuyas historias clínicas lo hicieron entrar en contacto con las enfermedades propias de cada región de la Argentina, muchas de ellas originadas en la pobreza. Fue precisamente en el Hospital Militar donde conoció a Juan Domingo Perón, un encuentro decisivo para su futuro y el de la salud pública del país.

Hasta 1945, había dedicado su vida a la docencia y a la investigación, pero en 1946, tras el triunfo de Perón, Ramón Carrillo se volcó de lleno al desarrollo de un plan de salud pública nacional, que fue a un mismo tiempo su consagración profesional y su ruina personal.

En julio de 1954, en medio de internas dentro del peronismo y aquejado por una hipertensión arterial maligna, Carrillo debió renunciar a su puesto. Tras obtener una beca de investigación, partió con toda su familia hacia Estados Unidos, con la esperanza de tratarse de su enfermedad, pero el triunfo de la autodenominada “Revolución Libertadora” lo dejó sin recursos y debió emplearse en Hanna Mineralization and Co., una empresa minera estadounidense que tenía un emprendimiento a unos kilómetros de Belem do Pará, en Brasil. Hacia allí viajaría en noviembre de aquel año.

Mientras tanto, en Buenos Aires sus propiedades fueron allanadas y Carrillo fue acusado de enriquecimiento ilícito y malversación de fondos. «Si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre mi gigantesco esfuerzo donde dejé la vida. No tengo odios y he juzgado y tratado a los hombres siempre por su lado bueno, buscando el rincón que en cada uno de nosotros alberga el soplo divino»3, escribió al periodista Segundo Ponzio Godoy antes de morir. Poco después, el 20 de diciembre de 1956, moría a los 50 años el fundador del sanitarismo argentino tras sufrir un accidente cerebrovascular.

Referencias:
1 Ramón Carrillo, Teoría del hospital, Tomo I, Buenos Aires, Ministerio de Salud Pública, 1951, pág. 30.
2 Op. Cit. pág. 28.
3 Rodolfo A. Alzugaray, Ramón Carrillo. El fundador del sanitarismo nacional, Buenos Aires, Editorial Colihue, págs. 154-155.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar