El asesinato de Urquiza


El 11 de abril de 1870 el general Justo José de Urquiza fue asesinado en el Palacio San José, Entre Ríos, mientras se desempeñaba como gobernador de esa provincia. Urquiza fue aliado político de Rosas durante 15 años, pero en 1851, reasumió el manejo de las relaciones exteriores de su provincia, formó una alianza con Brasil y el gobierno de Montevideo, y venció a Rosas en Caseros.

Fue presidente de la Confederación entre 1854 y 1860, que desde septiembre de 1852 se encontraba separada de Buenos Aires. Tras la batalla de Pavón y la posterior incorporación de Buenos Aires a la nación, la estrella de Urquiza comenzó a eclipsarse. Su negativa a apoyar los levantamientos federales de los montoneros del Chacho Peñaloza y Felipe Varela contra la política del puerto de Buenos Aires y al apoyo a las fuerzas del general Mitre en la Guerra del Paraguay no hicieron más que aumentar su desprestigio  y generar fuertes rechazos entre sus comprovincianos.

En 1868 se presentó  como candidato a presidente, pero fue derrotado por Sarmiento quien a poco de asumir apoyó su nombramiento como gobernador de Entre Ríos y lo visitó en su provincia. El abrazo con Sarmiento, el principal responsable de la muerte del Chacho, sería la gota que colmaría  el vaso que había comenzado a llenarse tras la extraña retirada de Pavón y con el apoyo a Mitre y a la guerra fratricida con el Paraguay. Reproducimos a continuación un fragmento de un libro donde se narran los sucesos que tuvieron lugar tras la batalla de Pavón, que condujeron a la muerte de Urquiza.

Fuente: Gras, Mario César, Rosas y Urquiza, sus relaciones después de Caseros, Buenos Aires, [s.n.], 1948.

En Pavón, Urquiza termina, prácticamente, su vida militar e inicia el eclipse de su carrera política. (…) Su sacrificio al retirarse del campo de batalla no obstante el triunfo de su caballería, no logra pacificar los espíritus ni conciliar los viejos enconos entre unitarios y federales, porteños y provincianos, que el resultado de la acción, lejos de apaciguar, ha exacerbado. Personalmente, no ha quedado bien ni con unos ni con otros: los primeros seguirán desconfiándole y denostándole y los segundos, especialmente los entrerrianos, que se sienten defraudados y heridos en su amor propio, perderán su fe en el viejo conductor y le acusarán de haberles traicionado, para facilitar los planes políticos de Mitre. (…) Lo cierto es que el episodio de Pavón cambia fundamentalmente el panorama político del país. La Confederación se desploma… (…) Sus cartas a Mitre, de enero de 1862, se juzgan humillantes y le enajenan las simpatías de la juventud pensante de Entre Ríos, que es numerosa y milita en las filas del partido federal que, desengañado de Urquiza, ha encontrado un nuevo líder en el general López Jordán, el bizarro jefe de la caballería entrerriana que batió a la de Mitre en los campos de Pavón. Urquiza ha dejado de ser para sus comprovincianos el caudillo indiscutido y amado. Se le obedece y se le acata, pero ya no se le quiere. Sus más adictos lugartenientes y ano se muestran tan sumisos y algunos hasta se permiten pequeñas rebeldías… (…) Numerosas publicaciones de la época y tradiciones lugareñas, demuestran cuanto había declinado el ascendiente de Urquiza entre los entrerrianos, a raíz de su conducta en Pavón.
“Hoy no hay en Entre Ríos, un solo paisano, por sencillo que sea –escribía en 1866 don Juan Coronado- que no esté penetrado de que el general Urquiza ni es ni ha sido federal ni unitario, sino mercader de sangre humana…”. 1(…)

Urquiza…parece no advertir el creciente desapego de su pueblo.

A partir de 1864, nuevos acontecimientos contribuyen a ahondar su impopularidad.

En abril de ese año, Urquiza termina su período gubernativo y como su reelección es imposible por impedirlo una cláusula constitucional, el pueblo se apresta a nombrarle reemplazante. La candidatura de López Jordán está en el ambiente, apoyada por la juventud y por lo más conspicuo del partido federal, pero no cuenta con el apoyo de Urquiza, quien impone la de su ministro don José maría Domínguez…

Ese mismo año [1864], una encarnizada guerra civil está desangrando la vecina República Oriental. (….)… los entrerrianos quieren intervenir decididamente en el conflicto para apuntalar al gobierno amigo y contribuir, con su sangre, al sostenimiento. Urquiza les contiene aconsejándoles calma y prudencia. Esta actitud los desconcierta e indigna. Ellos no admiten la pasividad de su caudillo y a despecho de sus advertencias, cruzan el Uruguay por centenares para incorporarse a las filas del ejército blanco. Las cosas empeoran aún. El gobierno brasilero, para proteger a Flores y desalojar a los blancos del gobierno de Montevideo, invade el territorio oriental y ocupa el río Uruguay con una poderosa escuadra. Urquiza, cuyo auxilio ha recabado el gobierno uruguayo, se niega a intervenir, invocando la neutralidad argentina…

La Guerra del Paraguay, consecuencia forzosa de la intervención brasilera en los asuntos orientales le dará oportunidad para demostrarle hasta dónde ha llegado el desafecto.

Varios de sus más adictos partidarios y servidores se alejan de su lado y algunos van a vocear sus agravios en libelos y periódicos, diciéndose defensores del pueblo entrerriano, oprimido por su despotismo y esquilmado por su avaricia. (…) El doctor Evaristo Carriego, 2 que ha sido su panegirista y volverá a serlo después, cuando, desaparecido el prócer, reconozca hidalgamente su error y aprecie, con serenidad, su inmensa labor constructiva, publica en El Pueblo una serie de violentos artículos que contienen cargos lapidarios contra el vencedor de Caseros… (…) …Carriego, que era entrerriano, hablaba en nombre de los entrerrianos, y sus escritos fueron los fermentos más eficaces que prepararon la explosión del 11 de abril de 1870.

[Urquiza] se hace elegir nuevamente gobernador de Entre Ríos, en reemplazo de su antecesor don José María Domínguez que termina su mandato el 24 de abril de 1868, y que ha desarrollado su gestión gubernativa trabado por la influencia absorbente del caudillo supremo. Los entrerrianos se sienten atados por un nuevo período de cuatro años al yugo personal de Urquiza, (…) que lleva ya 29 años consecutivos de dominio en la provincia…

La revolución que culminará en la tragedia del 11 de abril comienza a gestarse entonces como la única solución posible.  (…) La idea del asesinato de Urquiza flotaba en la atmósfera, como una obsesión latente, alimentada por el rencor de sus adversarios. La incitación de Sarmiento en su famosa carta a Mitre: “No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca” gravitaba, como consigna siniestra, sobre la vida del prócer, a quien llegaban continuamente prevenciones más o menos fundadas de sus amigos.

En 1863, el autor del Martín Fierro en su ya recordado opúsculo Vida del Chacho había escrito estas palabras que resultaron proféticas: “La sangre de Peñaloza clama venganza, y la venganza será cumplida, sangrienta, como el hecho que la provoca, reparadora como lo exige la moral, la justicia y la humanidad ultrajada con ese cruento asesinato. La historia de los crímenes no está completa. El general Urquiza vive aún, y el general Urquiza tiene también que pagar su tributo de sangre a la ferocidad unitaria, tiene también que caer bajo el puñal de los asesinos unitarios como todos los próceres del partido federal. Tiemble ya el general Urquiza; que el puñal de los asesinos se prepara para descargarlo sobre su cuello, allí, en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido unitario” 3.

Ya hemos visto cuantas tentativas de asesinato se han frustrado después de Caseros. “Podríamos llenar libros –dice Vásquez- reproduciendo artículos periodísticos publicados desde Caseros hasta después de Pavón en los cuales se clama, se pide y se exige por patriotismo el asesinato de Urquiza… Fue esa propaganda metódica, persistente, de todos los días, la que dio tradición al asesinato”.

Era una sentencia a muerte sin plazo fijo pero que se cumpliría, tarde o temprano, inexorablemente.

“¿Por qué Urquiza, en lugar de hacer escribir biografías –decía Evaristo Carriego en 1867- no tiene el buen sentido de morirse una vez siguiera? ¿Piensa acaso no dejarnos desahogo nunca? 4

El 2 de marzo de 1869, el doctor Vélez Sarsfield, ministro del interior de Sarmiento, escribe una extensa carta a Urquiza en que desliza algunas advertencias que hacen suponer que el astuto cordobés presentía, en aquellos momentos, la eliminación del general. Dice la carta:

Buenos Aires, marzo 2 de 1868.
Excmo. Sr. Capitán general, don Justo J. de Urquiza.
Estimado señor y amigo:
He tendido la satisfacción de recibir las dos últimas cartas de V. E. con varias comunicaciones que las acompañan. Ellas me han confirmado en la creencia íntima que tenía, de que no era posible  que fuerza alguna pasase del Entre Ríos a revolucionar la república vecina. Yo había presenciado la completa armonía de los jefes del litoral oriental con V.E. y me persuadía que ningún grupo de consideración se animaría a un acto hostil a V.E y a las autoridades orientales. Todo el secreto, o más bien la causa de esos rumores, es, a mi juicio, el deseo de tantos hombres perdidos que hay en nuestra República y en la vecina, de ver aparecer a V.E. de Entre Ríos para crear un caos que sirve siempre a las malas aspiraciones.
Dalmacio Vélez Sarsfield 5

Urquiza no cree en estas advertencias. Piensa como Quiroga en vísperas de Barranca Yaco que no ha nacido el hombre que lo ha de matar.

Mientras tanto, el acercamiento entre Urquiza y el presidente Sarmiente se intensifica, día a día, con el consiguiente desagrado de los entrerrianos que ven en ello un nuevo e imperdonable renunciamiento del viejo caudillo. “Esta reconciliación –anota Vásquez- se consideró en Entre Ríos, que no se apeaba a sus rencores ni se entibiaba en su pasión provincialista, como la entrega definitiva a la política de la metrópoli” 6.

Un nuevo trascendental acontecimiento viene a exacerbar los ánimos y a precipitar el desenlace del drama que está viviendo, desde hace años, el recalcitrante localismo de los entrerrianos.

Con el objeto de sellar su definitiva reconciliación con Urquiza, Sarmiento resuelve visitarle en San José para celebrar juntos el 18º aniversario de Caseros. A tal efecto y acompañado de brillante séquito se embarca en Buenos Aires a bordo del vapor de guerra Pavón y arriba al puerto de Concepción del Uruguay en la noche del 2 de febrero de 1870 desembarcando a la mañana siguiente. Urquiza y Sarmiento se abrazan en el puerto y el sanjuanino pronuncia aquella frase zalamera y efectista que la historia ha recogido: “Ahora sí que me siento presidente de la República, fuerte por el prestigio de la ley y el poderoso concurso de los pueblos”. Urquiza, correspondiendo a tan significativas demostraciones de cordialidad, echa la casa por la ventana, para agasajar a su encumbrado huésped. El sentimiento provincialista sufre así un rudo y afrentoso golpe que lo hiere en lo más íntimo, pulverizando los últimos restos de su antigua devoción por Urquiza. (…)

Para colmo, Sarmiento, ha tenido el mal gusto (no quiero usar otra expresión) de realizar el viaje a bordo de un vapor de guerra cuyo nombre Pavón significa una afrenta para los entrerrianos y para el general Urquiza en particular. ¿No disponía la armada nacional de otro buque de nombre menos agraviante? ¿No constituía una innecesaria provocación a los sentimientos localistas del pueblo, presentarse en un buque que traía pintado en su casco un nombre que evocaba la única acción de guerra en que el orgullo provincial quedó abatido? ¿No importaba un insulto al Gobernador de Entre Ríos y una desconsideración a la magnífica hospitalidad del general Urquiza, visitarle a bordo de una nave que ostentaba el nombre de la única batalla perdida por él perdida? Broma trágica, inadvertencia inexplicable o ensañamiento premeditado, la presencia del Pavón en el puerto de Concepción del Uruguay, debió excitar los ánimos, harto preparados para la insurgencia.

De este modo y, como si cumpliera un designio fatal de la providencia, Sarmiento, que había propiciado el asesinato de Urquiza en 1861, venía a precipitarlo ahora, no armando materialmente el brazo homicida, pero sí encendiendo la chispa que lo hará inevitable. Dos meses después, la revolución contra Urquiza, largamente gestada y a duras penas contenida, estalló violenta, haciendo su primera víctima en el ilustre organizador de la República. 7

En el atardecer del 11 de abril de 1870 una partida de 104 hombres armados, al mando del coronel Robustiano Vera, hicieron ruidosa irrupción en San José. Venían a apresar al gobernador y caudillo a los gritos de ¡Abajo el tirano Urquiza! ¡Viva el general López Jordán! Un grupo de cinco a las órdenes del coronel Simón Luengo, cordobés y protegido del general, se encamina a las dependencias privadas del dueño de casa. Integran el grupo Nicomedes Coronel, capataz de una de las estancias de Urquiza, oriental de origen, el tuerto Álvarez, cordobés, el pardo Luna, oriental y el capitán José María Mosqueira, entrerriano, nacido en Gualeguaychú. El general que está tomando mate debajo del corredor se incorpora, sorprendido por el bullicio y, comprendiendo que se trata de un asalto, grita ¡Son asesinos! Y corre a proveerse de un arma. Los asaltantes se acercan. ¡No se mata así a un hombre en su casa, canallas! Les especta, haciendo un disparo que hirió en el hombro a Luna. “Álvarez, entonces –explica el coronel Carlos Anderson, ayudante de Urquiza- y jefe de la Guardia del Palacio, testigo presencial de los sucesos- le tiró con un revólver, y le pegó al lado de la boca: era herida mortal, sin vuelta. El general cayó en el vano de la puerta y en esa posición Nico Coronel le pegó dos puñaladas y tres el cordobés Luengo, el único que venía de militar y que lo alcanzó cuando ya la señora Dolores y Lola, la hija, tomaban el cuerpo y lo entraban en una piecita, en la cual se encerraron con él yendo a recostarlo en la esquina del frente, donde se conservan hasta ahora, las manchas de sangre en las baldosas”.

El mismo día y casi a la misma hora eran ultimados en Concordia Justo y Waldino Urquiza, hijos del general.

“Este sacrificio inútil, pera el cual no es posible encontrar ni intentar atenuantes, fue fatal para la limpieza de la bandera revolucionaria. Manchó una causa que siendo legítima y patriótica pudo redituar fecundas y provechosas consecuencias. La insurgencia triunfa. A pesar de la prosapia de las ilustres víctimas, Entre Ríos no da ninguna muestra de reacción. La mayoría de las situaciones departamentales con sus respectivos jefes de policía y demás autoridades, se adhieren al movimiento. Hay un silencio  que no es de conformidad con el crimen pero sí con la revolución que más tarde se rubrica con la sangre sobre las cuchillas entrerrianas”. 8

La Legislatura de la provincia elige gobernador Constitucional al general Ricardo López Jordán, jefe la oposición a Urquiza y del movimiento revolucionario triunfante.

Producido el drama de San José, el presidente Sarmiento, quizá para sosegar su conciencia que lo acusaba como remoto instigador del crimen, quiso  vengar la muerte de Urquiza, arrojando sobre la heroica Entre Ríos todo el peso de su poder. 16.000 hombres que luego organiza en tres ejércitos, invaden su territorio. Son las tropas veteranas que regresan de la guerra del Paraguay. Sarmiento presidente, lleva a cabo su propósito de no economizar sangre de gauchos. (…) La guerra será larga y cruenta pero en definitiva los remingtons y cañones del ejército nacional vencerán a las lanzas y tercerolas del valiente ejército de López Jordán. La provincia quedó sometida, la sangre de sus hijos corrió a raudales y el odio a Sarmiento se hizo una religión entre los nativos. (…)

Los autores materiales del asesinato de Urquiza han sido oportunamente identificados, los autores morales permanecen en la penumbra. Existen inculpaciones pero faltan pruebas. Ni a los entrerrianos ni al general López Jordán puede responsabilizarse con seriedad del nefando crimen. Los primeros jamás fueron…proclives a esa medida extrema. Lo prueba el hecho de que entre sus cinco ejecutores solo había un entrerriano, el capitán Mosqueira, quien en su indagatoria manifestó “que nunca creyó que se asesinara al general Urquiza” lo que evidencia que solo estaba en sus propósitos apresar al general, nunca ultimarlo. En cuanto a López Jordán, ni existen pruebas que lo condenen ni es verdad que se responsabilizara del crimen como lo afirma enfática pero arbitrariamente don Julio Victorica; se solidarizó con el movimiento revolucionario que es cosa distinta pero lamentó públicamente aquel exceso. “He deplorado que los patriotas que se decidieron a salvar las instituciones no hubieron hallado otro camino que la víctima ilustre que se inmoló”, dijo, al prestar juramento del cargo de gobernador de la Provincia, con que le invistió la legislatura en la sesión del 14 de abril.

Referencias:

1 Misterios de San José, publicada en Buenos Aires, Imprenta de la Sociedad Tipográfica, Tacuarí 65/67, en 1866, y reeditada por Juan Palumbo, Buenos Aires, 1911. La cita corresponde a esta última edición, página 311 y siguientes.
2 Hijo del coronel Evaristo Carriego, de larga actuación pública en Entre Ríos y abuelo del poeta del mismo nombre y apellido, llamado, con justicia, el Cantor del Suburbio.
3 José Hernández, Vida del Chacho, Antonio Dos Santos, editor, 1947, pág. 114.
4 Antecedentes para el proceso del tirano de Entre Ríos. Imprente Republicana, B. Aires, 1867, pág. 11.
5 Carta publicada por Julio Victorica…
6 Aníbal S. Vásquez.
7 “La decisión con que el general Urquiza, ya sea en el puesto de gobernador de Entre Ríos o como personalidad política, de gran prestigio en el país, se puso al servicio de la autoridad nacional, presidida por el general Mitre primero y por el señor Sarmiento después, fue la causa, principal o única, de la conspiración contra su vida, cuyo desenlace fatal se consumó en la noche del lunes santo, 11 de abril de 1870”. (Julio Victorica). Newton, por su parte, confirma: “El atentado que culmina con la muerte de Urquiza es una consecuencia inmediata de la visita de Sarmiento”.
8 Aníbal S. Vásquez.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar