La construcción de las imágenes de Hipólito Yrigoyen y de Marcelo T. de Alvear, por Joel Horowitz


El 2 de abril de 1916 se realizaron las primeras elecciones presidenciales bajo el imperio de la Ley Sáenz Peña, que impuso el sufragio universal (masculino), secreto y obligatorio. Hipólito Yrigoyen, acompañado del riojano Pelagio Luna, logró triunfar sobre la fórmula del Partido Conservador, integrada por Ángel Rojas y Juan Eugenio Serú.

Yrigoyen asumió su primera presidencia el 12 de octubre de 1916. La marca del líder del radicalismo fue la de la creación del primer movimiento de masas con participación electoral.

Su política, considerada reformista, no proponía una ruptura con el pasado, sino terminar con la inmoralidad administrativa y distribuir de modo más equitativo la riqueza proveniente del exitoso modelo agroexportador, cuyas bases no fueron cuestionadas. Impulsor de una política de corte nacionalista, fomentó la creación de YPF y defendió los intereses del país en el plano internacional. Se negó a integrar la flamante Liga de Naciones y retiró la delegación argentina cuando consideró que la institución se convertía en un instrumento funcional a las potencias que triunfaron en la Primera Guerra Mundial.

Su política obrera fue conciliadora. Permitió la realización de huelgas e intervino a favor de los trabajadores en conflictos con la patronal. También intentó poner en marcha medidas tendientes a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Pese a todo, no logró evitar páginas oscuras durante su gestión, como las feroces represiones llevadas a cabo durante Semana Trágica, las huelgas de la Patagonia y el conflicto de La Forestal.

Reproducimos a continuación un fragmento del libro El radicalismo y el movimiento popular (1916-1930), de Joel Horowitz, que hace foco en la política obrera de los gobiernos radicales de Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear, quienes estuvieron al frente del destino del país en ese período. A su vez el autor intenta encontrar una explicación a la interrupción, aquel 6 de septiembre de 1930, de una experiencia democrática que había comenzado con tanta solidez y esperanza.

El fragmento que aquí reproducimos se refiere a la construcción de las imágenes de Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de Alvear. El autor se propone explicar la mística que rodeaba a la figura de Yrigoyen y la adulación de la que era objeto, pese a que aparecía poco en público y escribía compleja y ocasionalmente.

Horowitz destaca que Yrigoyen tuvo influencia directa en la creación de su propia imagen. Recibía en su casa todas las mañanas al director de La Época y en ocasiones él mismo proponía temas o títulos. Contribuyeron también al desarrollo de su imagen su austeridad, sencillez, abnegación y otras cualidades que el autor describe en el texto que sigue.

Alvear, en cambio, lejos de cultivar el personalismo –sostiene Horowitz- permitía “que sus ministros actuaran según su propio criterio. (…)No está claro en absoluto lo que Alvear hacía con gran parte de su tiempo. Ni siquiera en las columnas de la prensa adicta se lo presentaba como alguien involucrado en actividades políticas durante largos períodos”. Tampoco tenía el perfil bajo del “Peludo”. Asistía a una cantidad abrumadora de ceremonias públicas y eventos sociales. El autor del libro destaca el intento de Alvear de “movilizar el apoyo popular de una manera que no siempre se ajusta a su imagen tradicional” y señala algunos éxitos de la legislación laboral de su gestión, como “la creación de una caja de jubilaciones para los empleados bancarios, una ley que obligaba a pagar los salarios en dinero y no en bienes, otra destinada a proteger a las mujeres y los niños que trabajaban en fábricas y una más que ponía fin al trabajo nocturno de los panaderos”.

Fuente: Joel Horowitz, El radicalismo y el movimiento popular (1916-1930), Buenos Aires, Editorial Edhasa, 2015, págs. 53-89.

La creación de la imagen: construcción de las imágenes de Yrigoyen y Alvear

Durante la primera asunción presidencial de Yrigoyen, aun antes de que tomara en sus manos las palancas del poder, la multitud se precipitó a desenganchar los caballos de su carroza y tiró de ella a través de las calles de Buenos Aires.1 En 1920, en la tradicional concentración que marcaba el final de una campaña, al pasar los seguidores del partido frente al balcón desde el cual Yrigoyen los saludaba, los manifestantes de la duodécima circunscripción bajaron sus banderas en señal de saludo y se arrodillaron ante el presidente.1

La devoción popular por los radicales e Yrigoyen era fervorosa y se reflejaba tanto en la suma de votos como en las manifestaciones callejeras. El estilo político del radicalismo dominó la época de la primera apertura democrática y tuvo gran repercusión a lo largo de varias décadas. No es de sorprender que ese estilo proviniera de la política argentina tradicional; los primeros líderes radicales, con escasas excepciones, eran políticos veteranos. La ley Sáenz Peña de 1912 cambió la naturaleza de la política. Por primera vez, la conquista del apoyo popular se tornaba esencial para el triunfo político. Con todo, la ruptura con el pasado es menos dramática de lo que parece. Las obras de Hilda Sabato y Paula Alonso han demostrado que con anterioridad a 1912 había en Buenos Aires una tradición de participación popular en la política.3Aun así, hubo efectivamente un cambio: ahora era decisivo ganar la aprobación de los votantes.

Los adversarios de los radicales denunciaban con frecuencia que el partido carecía de un programa específico. Esto no significaba que no tuviera ideas sobre la manera de cosechar apoyo político o gobernar. En parte como estrategia, en parte como resultado de la percepción que tenían de sí mismos, los radicales se presentaban y presentaban a su líder, Hipólito Yri­goyen, de un modo singular que contribuía a granjear para este último una extraordinaria popularidad entre ciertos sectores de la población, además de ponerlo en el centro de lo que casi podía verse como un culto a la per­sonalidad. La perspectiva adoptada por el ala antipersonalista de la Unión Cívica Radical no difería en exceso aunque –y no hay sorpresa alguna en ello– era menos personal.

La retórica de los radicales y de Yrigoyen es importante, y este capítulo explorará las imágenes que ellos procuraron crear. Es preciso examinar con cuidado esas imágenes, anteriores a la época de pleno desarrollo de la radio. ¿Quiénes leían la prensa radical o escuchaban los discursos en las esquinas? No podemos estar seguros. El diario yrigoyenista oficial, La Época, no parecía destinado a tener un gran atractivo popular, y el estilo en que estaba escrito inducía a suponer que sus lectores también leían otros diarios. Según Manuel Gálvez, su circulación no superaba los veinte mil ejemplares y ni siquiera los radicales lo leían. La Acción, el diario antipersonalista, parecía igualmente carecer de atractivo popular. Conforme a los datos del Departamento de Comercio de los Estados Unidos, su circulación era de veinticinco mil ejemplares en 1928.4 Aun cuando conozcamos la circulación de ambos diarios, ¿cuántos afiliados del partido los compraban por razones políticas pero en realidad no los leían? A diferencia de la época de Perón, cuando había pocas verdaderas fuentes alternativas de información, durante los gobiernos radicales estas eran muchas. Crítica La Prensa, los diarios de mayor circulación, eran por momentos furiosamente antiyrigoyenistas, como lo eran otros órganos mediáticos. La Fronda, por ejemplo, afirmaba en 1929 que la victoria radical generaría “como principal consecuencia un predominio evidente de la mentalidad negroide”.5 La esfera pública era un espacio disputado. Había mensajes contradictorios a disposición de quienes los buscaran, y solo las personas predispuestas a consumir el mensaje pro radical iban a ser afectadas por el punto de vista del partido.

La creación de la imagen de Yrigoyen 
Los mensajes sobre Yrigoyen tenían un profundo efecto que es difícil com­prender en su plenitud unos ochenta años después. En parte de los sectores populares aquel despertaba un fervor que parece casi surrealista. ¿Por qué generaba Yrigoyen ese efecto? Tanto él como el partido se beneficiaban con la imagen que ambos creaban para él. También se les atribuía el mérito de haber abierto el sistema político. La verdadera ciudadanía se debía a los radicales, e Yrigoyen personificaba el partido. El lenguaje de inclusión y democracia que en la Argentina se convirtió en el discurso político democrático fue utilizado por primera vez por el radicalismo, como lo ha señalado Daniel James. A pesar de una mitología que sostiene lo contrario, Juan Domingo Perón no fue el primero en incorporar sectores populares al sistema político.6 Esa incorporación tuvo sus inicios con los radicales. Muchos de los miembros de las clases populares sentían que su inclusión en el sistema político –y en el sistema social, para ser más precisos– se debía a ellos. La conquista del sufragio universal masculino gracias a los esfuerzos del radicalismo tuvo un enorme efecto y envolvió al partido en un aura es­pecial (no es relevante, a decir verdad, que mereciera o no todo el crédito). (…)

Es difícil tratar de estimar cuáles eran las ideas y actitudes que encontraban eco en los habitantes comunes y corrientes de Buenos Aires…

El lenguaje (y yo agregaría los símbolos) era importante. Contribuía a dar forma a lo que era posible. Según escribió Gareth Stedman Jones (con referencia a los movimientos políticos): “Para ser exitoso, es decir para implantarse en los supuestos de las masas populares, un vocabulario polí­tico debe transmitir la esperanza concreta en una alternativa general y un medio verosímil de realizarla, de manera tal que los potenciales adherentes puedan pensar en función de sus puntos de vista”.7 Los radicales fueron capaces de producir esas ideas y símbolos y construyeron una fervorosa masa de adherentes.

Muchos de los temas en los que hacía hincapié la propaganda partidaria se resumen en un cortometraje producido para contribuir a la reelección de Yrigoyen en 1928. Filme mudo con una buena cantidad de material escrito, el corto comienza por destacar la caridad personal del candidato presidencial y luego se concentra en la ayuda que su primer gobierno prestó a huérfanos, niños débiles y madres; en su combate contra la usura, y en la protección brindada a la clase trabajadora. Termina con un llamado a votar a los radicales y a Yrigoyen por la ayuda que estos dieron al votante y su familia.8

Yrigoyen se erigió por iniciativa propia en el centro del partido. Su estilo muy personalista le permitió poner las manos en todas las palancas del poder. Una de las razones fundamentales de la fractura de la UCR en la década de 1920 fue sin duda el problema de su predominio. Aun los nombres de las facciones, los personalistas (yrigoyenistas) y los antiper­sonalistas (antiyrigoyenistas), reflejaban las tensiones creadas por el papel francamente amplio asumido por Yrigoyen.9

Como no se ajusta a ninguno de los estereotipos acerca de los políticos populares modernos, la adulación que se prodigaba a Yrigoyen es difícil de explicar. Este limitaba sus apariciones públicas y hablaba en público aun con menos frecuencia. Por ejemplo, cuando fue a Córdoba en 1915 para hacer campaña por el candidato radical a gobernador, se instaló en un hotel y no se presentó en público en ningún momento. Escribió relativamente poco y su escritura es difícil de entender. No obstante, fue popular y siguió siéndolo hasta mucho después de su muerte. Su falta de visibilidad quizás haya contribuido a generar la mística que lo rodeaba. Algo semejante, tal vez, a lo que sucedía con los reyes españoles del siglo XVII, que veían una conexión entre majestad e invisibilidad.11

En el plano personal, Yrigoyen tenía la aptitud de cautivar a la gente. Ramón Columba cuenta que cuando un grupo de senadores antipersona­listas visitó al vicepresidente Elpidio González, este les dijo: “Ustedes saben que si el ‘doctor’ [Yrigoyen] me pide que ande desnudo por la calle, yo no titubearía en hacerlo”.12
(…)

Como veremos, Yrigoyen consideró el ascenso al poder de los radicales como una pronunciada ruptura con el pasado, y la nueva Argentina como una nación más virtuosa.

El partido concentraba sus atenciones en él y el aparato partidario lo glorificaba constantemente. La Época lo llenaba de continuo de alabanzas. Por ejemplo, en el cuarto aniversario de su asunción de la presidencia, pu­blicó una serie de cartas en las que se elogiaban sus actividades.13
Yrigoyen tuvo influencia en la creación de su propia imagen; según Manuel Gálvez, el director o el jefe de redacción de La Época iban todas las mañanas a su casa. En ocasiones el mismo Yrigoyen proponía ideas de artículos e incluso titulares para algunos editoriales.14 Podemos suponer sin temor a equivocarnos que la manera como se lo presentaba reflejaba, al menos en parte, sus propios deseos y su juicio político acerca de lo que funcionaría bien en el electorado.

Se lo representaba como abnegado y piadoso. Era bien sabido que vivía austeramente en una casa alquilada y anticuada de un barrio otrora elegante. Esa casa careció de calefacción hasta sus últimos años de vida. Yrigoyen se levantaba y se acostaba temprano y nunca iba a teatros ni a fiestas. Comía con sencillez, bebía poco y usaba trajes oscuros, por lo co­mún negros, al estilo de la década de 1880. Salvo sus amigos de juventud, nadie se dirigía a él de manera familiar, y él tampoco hablaba nunca de sí mismo. Permaneció soltero hasta el fin de sus días, aunque tuvo al menos seis hijos con varias mujeres.15

Un artículo de La Época del día posterior a su primera asunción de la presidencia hablaba de “la acción constante y fecunda del jefe de la Unión Cívica Radical doctor Hipólito Irigoyen [sic], consagrado en todos los mo­mentos de su vida a la obra de la reparación nacional, desde un puesto de abnegación y sacrificio, como no hubo otro en la larga trayectoria de nuestra accidentada actuación ciudadana”. Según el redactor de ese mismo artículo, al llegar a la primera magistratura “no llega sin esfuerzo […], llega después de haber padecido, en el áspero camino, las más crueles torturas. Ha sufrido, sin desmayo, la prueba del fuego. Culmina una vida de dolor y amarguras y por eso su triunfo es ejemplo y enseñanza […]; las cruzadas [se cumplen] así”.16

La Época mostraba a Yrigoyen como un hombre que había sufrido la persecución en silencio. Se decía que, en el período entre sus dos presiden­cias, algunos hombres que operaban en la comisaría de su cuadra lo habían hostigado e incluso planeaban matarlo. También se habían quitado las vías de los tranvías para que los vehículos no pudieran detenerse frente a su casa. Él había padecido todo esto sin emitir una queja.17 Según Antonio Herrero, estaba “tan fuera de lo humano y lo corriente; es tan severa y ascética su índole, fundada en un misticismo nuevo, que podría denominarse misticismo cívico; tan raro es y singular hasta su mismo lenguaje que tiene algo de bíblico y de profético”.18

Eran habituales las referencias a él como el apóstol de los radicales. Abraham Heller lo llamó “Defensor de los humildes, protector decidido de los obreros del pueblo, del cual dimanan el poder y la autoridad en las verdaderas democracias. Apóstol de una causa generosa y santa”. Al descri­bir su primera conversación con él, Leopoldo Bard dice: “Cuando salí de la casa de Yrigoyen comprendí que había escuchado la palabra y estrechado la mano del Apóstol del radicalismo”.19 Las referencias al Nuevo Testamento son evidentes, pero tal vez también engañosas si se las toma demasiado al pie de la letra. Bard era judío. Tenemos aquí una adaptación del lenguaje despojado de una verdadera connotación religiosa, a la manera como los anarquistas, militantes del ateísmo, utilizaban la frase “mártires de Chicago”. Los radicales habían asimilado el vocabulario católico de la mayoría.

Tal como ha señalado Marcelo Padoan, se comparaba a Yrigoyen con Jesús. Por ejemplo, Antonio Herrero escribía: “Él, como nuevo Jesús, escudado en su existencia de religioso civismo, inmaculado, intachable, desdeñando la calumnia y el odio del adversario, ha penetrado en el templo de la patria y ha arrojado a latigazos a los viles mercaderes, restableciendo en su trono la soberanía popular y la integridad civil”.20 Herrero también comparaba el pensamiento de Yrigoyen con el espíritu del tao y la filosofía de Lao-tsé.21

(…)

Otra manera de presentar a Yrigoyen es calificarlo del “más noble protector de los obreros”, “padre de los obreros” y “primer obrero del país”. Este último título es de particular interés, dado que en 1943 José Domenech, un dirigente de la Unión Ferroviaria, atribuyó uno similar a Juan Domingo Perón, con quien suele identificárselo. En un artículo de La Época sobre el Día del Trabajo, una sección titulada “Yrigoyen, padre de los trabajadores argentinos” decía lo siguiente: “El trabajador nativo y el extranjero asimilan en el ejemplo del Padre de los Obreros la síntesis generosa del patriotismo, que es labor perseverante y cívico acatamiento de las instituciones patrias. De aquella permanente preocupación del primer obrero del país, nacieron las mejoras de que hoy gozan nuestros proletarios, a cuya elevación moral y material consagra sus mejores días el doctor Hipólito Yrigoyen”.22

Había una conexión con los humildes. (…) La propaganda le atribuía haberse ganado un lugar especial como presidente de los humildes: “en cada hogar de los humildes tiene el doctor Yrigoyen un altar en cada corazón”.23 (…)

Se resaltaba el papel de la caridad y la solicitud. En la década de 1880, durante su desempeño como maestro, Yrigoyen había entregado su salario a entidades de bien público. En las dos ocasiones que aceptó la candidatura a la presidencia prometió que, de ser elegido, donaría su salario a la Socie­dad de Beneficencia, la organización caritativa auspiciada por el gobierno que manejaba muchas instituciones.24 Rechazó la herencia de Tomasa Alem, así como rechazaba todas las herencias, a fin de que el dinero corres­pondiente se destinara a levantar un monumento en homenaje a ella en el cementerio de la Recoleta. Durante su segundo mandato donó cuarenta mil pesos de su propio dinero para comprar tierras en Humahuaca, Jujuy, y entregarlas a los residentes del lugar.25

En una escala mucho más pequeña, Yrigoyen desempeñó un papel similar al de Eva Perón en la década de 1940. Un ejemplo entre otros: el 15 de noviembre de 1920 aquel llegó al despacho presidencial de la Casa Rosada a mediodía. Poco después, el jefe de policía le informó de los daños provocados por una inundación en la barriada obrera de Nueva Pompeya, donde ese tipo de hechos eran frecuentes. El presidente salió de inmediato con el propio jefe policial y su secretario a verificar los daños. Además de inspeccionar los destrozos producidos por la inundación y exigir que se hiciera algo para impedir futuros incidentes de esa naturaleza, visitó la basílica local y la escuela parroquial vinculada a ella. En una conversación con el rector de la escuela constató que el apoyo estatal era pequeño en relación con la cantidad de niños que asistían, por lo cual prometió incrementarlo de inmediato. Además, al enterarse de que muchos de los niños no iban a la escuela porque no tenían zapatos, y de que no pocos de los alumnos presentes los tenían muy gastados, ordenó que los talleres de la Penitenciaría Nacional los proveyesen de calzado nuevo, que él pagó de su propio peculio.26

Yrigoyen se presentaba como cercano a la Iglesia católica. Según Manuel Gálvez, fue el primer presidente argentino en invocar “a Dios, a la Divina Providencia y a los Evangelios en sus documentos oficiales”. (…)

Los propagandistas radicales describían al presidente como extraordi­nariamente trabajador: “En la República Argentina hay un hombre que trabaja más que cualquier otro […] y aun gasta dinero en trabajar gratuitamente. Es el único de los trabajadores que no cobra ni quiere cobrar. […] Todos cobran menos él y trabaja más que todos. Este hombre […] es incansable. […] Trabaja y trabaja continuamente, exponiendo su bienestar, su salud y su vida sin pedir nada […], este trabajador único […] es su presidente don Hipólito Yrigoyen”.  (…)

Los radicales se habían situado por encima de la batalla política; se negaban a dejarse manchar por un mundo político que, a su entender, estaba lleno de sordidez. Solo ellos abogaban por la buena política y los buenos procedimientos electorales. Había un amplio consenso en percibir –y hasta cierto punto la percepción era acer­tada– que la apertura del sistema político se había debido a la presión ejercida por el radicalismo. Al llegar al poder, el partido acarreaba consigo ese gran capital político. Las prácticas del viejo sistema no lo habían mancillado, y sus propios esfuerzos alumbraban el nacimiento del nuevo sistema. Un editorial de La Época de agosto de 1920, por ejemplo, hablaba del sufrimiento que el partido había tenido que superar: “verdadera vía crucis del patriotismo. […] La Unión Cívica Radical tuvo que soportar al seguir la senda recta que se había trazado, las injurias, las blasfemias, las calumnias”, pero tras ello la república renovada generaba una sociedad de plena libertad y admirada por todos.27 Gracias a la conquista del auténtico sufragio masculino, los radicales habían renovado el país.

Solo durante la presidencia de Alvear, mientras Yrigoyen se aprestaba a postularse a la reelección, vemos la elevación consumada de este último a la categoría de santo secular. Es muy probable que, a medida que se avecinaban las elecciones y la ruptura con los antipersonalistas adquiría un perfil definitivo, hubiera menos razones para restringirse. Con anterioridad, la atención excesiva prestada a Yrigoyen había caído mal entre ciertas figuras del partido, pero cuando estas rompieron con él, solo quedaron quienes se sentían cómodos con su acrecentado protagonismo. Durante 1927 y los años siguientes vemos que La Época se concentra cada vez más en Yrigoyen. Este se convierte, más que nunca, en una figura de dimensiones épicas, que encarna las virtudes patrióticas y tiene una relación especial con el trabajador. Si bien iniciado durante la campaña presidencial de 1927-1928, este proceso se intensificó aún más a lo largo de su segunda presidencia.28
(…)

Más allá de la imagen de Yrigoyen 
La popularidad de Yrigoyen y su partido no se basaba del todo en la ima­gen; también dependía de cuestiones concretas. La creación de lazos entre líderes y seguidores es un hecho complejo que incluye aspectos materiales, culturales e ideológicos. (…) Yrigoyen y los radicales apelaban al nacionalismo de sus conciudadanos. En sus campañas, la UCR utilizaba gauchos a caballo e imágenes similares como una referencia al pasado semimítico del país.29 Una manera clave de atraer los sentimientos nacionalistas consistía en aludir a la postura independiente de Yrigoyen en materia de política exterior. En ese aspecto, fue particularmente digna de nota la beligerante neutralidad argentina en la Primera Guerra Mundial, durante la cual Yrigoyen exigió con energía que ambos bandos tuvieran en cuenta los intereses del país, sobre todo cuando se produjeron incidentes ocasionados por la guerra naval. El presidente también se negó a permitir la participación argentina en la Sociedad de las Naciones a menos que se admitiera en ella a todos los países, incluidos los derrotados. La Argentina tenía una política exterior independiente y parecía abogar exclusivamente por sí misma.30 De ordinario, este nacionalismo no caía en la xenofobia a pesar de algunas importantes excepciones, sobre todo los hechos de la Semana Trágica de 1919 y las masacres de la Patagonia en 1921 y 1922. En ambos casos, los extranjeros se convirtieron en los principales blancos y en chivos expiatorios.  (…)

Yrigoyen siempre trató de mantener contactos personales. En 1920, por ejemplo, recibió a una delegación de trabajadores del arsenal naval que solicitaban un aumento salarial. Después de hablar con el director del arsenal, el presidente prometió que el nuevo presupuesto contemplaría ese aumento. (…)

La confianza depositada en un enfoque personalista, más que en una burocracia, puede constatarse en la manera como Yrigoyen utilizaba a los jefes de policía de Buenos Aires como sus intercesores preferidos ante el movimiento obrero. Esas autoridades policiales actuaban como sus confi­dentes, en lo que parecía un regreso a prácticas tradicionales donde el poder de la policía y la actividad política se mezclaban. En su juventud, el propio Yrigoyen había sido comisario. (…) Como veremos, era habitual que los jefes policiales negociaran con los sindicatos. Por ejemplo, una huelga en la refinería de la West Indian Oil Company de Campana terminó gracias a la intervención tanto del jefe de la policía de Buenos Aires como del intendente de esa ciudad. Campana está a casi ochenta kilómetros al noroeste de la capital y, por lo tanto, muy lejos de su jurisdicción.31

La trayectoria de Elpidio González, confidente de Yrigoyen, resume esa política de recurrir a los jefes de policía. González pasó de ser ministro de Guerra a presentarse sin éxito como candidato a la gobernación de Córdoba; designado jefe de la policía de Buenos Aires durante la crisis de la Semana Trágica de 1919, mantuvo ese cargo, con la excepción de un breve intervalo, hasta muy poco antes de su elección como vicepresidente de Alvear. Durante la segunda presidencia de Yrigoyen fue ministro del Inte­rior. Uno de sus predecesores, Julio Moreno, pasó de jefe de la policía de Buenos Aires a ministro de Guerra.32

El uso del comandante de policía como un crucial operador político no se limitaba a la capital. (…)

La idea de que el poder era individual y personalista y carecía de restricciones formales era crucial en la utilización de los jefes policiales como operadores políticos. En el centro de una red de conexiones personales estaba el propio Yrigoyen, un hombre que no había olvidado su experiencia como comisario. Los jefes policiales contaban, y su importancia tenía poco que ver con el combate del delito. La participación directa generaba vínculos personales y favores que era preciso devolver.

¿A qué otros factores concretos podemos adjudicar la popularidad de Yrigoyen y los radicales entre sectores de las clases media y obrera? El mal definido concepto de obrerismo era crucial. Los grupos opositores a menudo usaban el término de manera despectiva, pero la táctica parecía haber encontrado eco en la audiencia a la que estaba dirigida, las clases populares nativas. ¿Qué era el obrerismo? La idea de que los radicales, y sobre todo Yrigoyen, tenían una relación especial con la clase obrera, aunque Alvear, o al menos los antipersonalistas, también se valieron del concepto. Las rela­ciones de clase no debían basarse en el conflicto (a diferencia de la idea del socialismo), y existía en cambio cierto paternalismo. Yrigoyen y su partido suscitaban la impresión de que los trabajadores eran el objeto de su preocupación. Por primera vez, desde la sede del poder se cortejaba activamente a la clase obrera. La naturaleza de los intentos de seducción varió con el tiempo, pero el deseo de mantener una relación ad hoc persistió. No se encaró ninguna tentativa importante de formalizar la relación entre el Estado o el partido y los sindicatos. Si bien se presentaron propuestas para definir legalmente el vínculo entre los sindicatos y el gobierno, queda la impresión de que no se hicieron grandes esfuerzos para llevarlas a la realidad.33

Como veremos en los próximos capítulos, Yrigoyen dependía de sus lazos personales con los dirigentes sindicales. Con frecuencia estos se reunían sin intermediarios con él. De ese modo se garantizaba una conexión personal que muchas veces se transformó en una profunda lealtad a la persona. Francisco García, veterano líder de la Federación Obrera Marítima, trabajaba bien con Yrigoyen y siguió siendo leal a él pese a los persistentes esfuerzos de los antipersonalistas por atraerlo a su lado. Cuando García murió en marzo de 1930, el ministro del Interior y ex vicepresidente, Elpidio González, asistió a su velatorio, un gesto sin precedentes en la época.34

Las prendas simbólicas de la consideración en que Yrigoyen tenía a los trabajadores eran importantes. El presidente los reconocía como integrantes del cuerpo político. Una delegación de la Sociedad Rural, que representaba a muchos de los más grandes terratenientes, acudió a ver a Yrigoyen en relación con una huelga en los frigoríficos. El presidente no la recibió, y La Nación, diario del establishment, lamentó que no hubiera tenido con ellos la misma consideración que con los dirigentes de la huelga, a quienes recibía y despachaba con fuertes ataques contra las compañías.35

Es indudable que parte de la estrategia del obrerismo era la respuesta dada a las huelgas y los sindicatos, que examinamos en los próximos capítulos. La tolerancia de Irigoyen ante algunos paros en los años previos a la huelga general de mediados de 1921 era parte de esa táctica, como lo fue su relación con organizaciones sindicales claves en años ulteriores. En los sentimientos expresados por algunos políticos podemos ver su impacto potencial. Un diputado radical personalista sostuvo en agosto de 1924: “En materia social, el doctor Irigoyen ha hecho verdadero radicalismo, algo así como lo intentado por el radicalismo socialista de Francia. Y sin ir más lejos, recuerdo a los diputados de la izquierda su comportamiento con respecto a la mayor huelga marítima…”. También podemos verlo en el apoyo dado a Yrigoyen por algunos sindicatos durante el golpe de septiembre de 1930.36
(…)

Los radicales podían afirmar, como hizo La Época en octubre de 1917, que el conflicto entre capital y trabajo tenía lugar por primera vez bajo la mirada severa pero imparcial del gobierno. (…) El gobierno yrigoyenista contribuyó además a establecer una gran cooperativa de consumo para los empleados de los ferrocarriles estatales.37 Estos gestos tenían importancia, ya que indicaban o pretendían indicar un interés por los trabajadores.

Los intentos de la Unión Cívica Radical y el gobierno de aliviar algunos de los problemas más inmediatos de los pobres también pueden considerarse una muestra de obrerismo. La Primera Guerra Mundial trajo desocupación e inflación. Los precios de los alimentos se dispararon un 60% entre 1916 y 1920; el pan de segunda calidad costaba 23 centavos el kilo en 1914 y 42 centavos en 1920. El partido y luego el gobierno tomaron medidas. Ya en 1913 el partido vendía el “pan radical”, más barato y de menor calidad que el despachado en los comercios. Aun después de la llegada del radicalismo al poder, su pan se vendía en mercados municipales y panaderías de propiedad de afiliados. El gobierno estableció precios fijos para la venta de trigo a los molineros y de harina a los panaderos; el pan se vendía en todo el país a 30 centavos el kilo. Para contrarrestar una repentina alza de los precios del azúcar, un decreto oficial prohibió nuevas exportaciones del producto, dispuso la expropiación de grandes cantidades por medio de medidas legislativas y suprimió los aranceles al azúcar importado. El producto se vendía al público a bajo precio en mercados públicos y comisarías de policía. (…)

De manera similar, el gobierno respondió a la suba de los alquileres en la capital y la agitación política concomitante. En 1916 el alquiler mensual promedio de un departamento de un ambiente era de 15,94 pesos; aumen­tó a 21,14 en 1917, a 28,66 en 1919 y a 37,77 en 1920. En respuesta, una ley sancionada en junio de 1921 congeló los alquileres en todo el país por dos años en el nivel que tenían el 1º de enero del año anterior.38 Es difícil juzgar el efecto general de estas medidas sobre un costo de vida en constante aumento, pero resulta claro que los gestos, considerados en conjunto, no pasaban inadvertidos para las clases populares urbanas. Es muy probable que las medidas tomadas contribuyeran a crear un vínculo emocional entre las clases populares y los radicales.

El radicalismo se valió efectivamente de gestos legislativos para ganar apoyo. En 1919 y 1921 la administración presentó proyectos de ley para regular tanto los sindicatos como el conflicto laboral. Ninguno de ellos salió de las comisiones. ¿Hasta qué punto eran serios los radicales? La legislación propuesta era impopular en el movimiento obrero organizado, y en 1919 la confederación FORA IX amenazó con declarar una huelga general. En 1921 los radicales tenían mayoría en la Cámara de Diputados pero nunca presentaron los proyectos en el recinto, lo que indica su falta de interés al respecto.39 Se mostraron más interesados en las leyes destinadas a audiencias determinadas. En 1919, por ejemplo, se reformó la caja de jubilaciones de los trabajadores ferroviarios con el apoyo de los sindicatos claves y la patronal, que se habían opuesto al proyecto original. Se encaró otra reforma en 1921 a fin de crear un fondo para la construcción de casas para los ferroviarios y aliviar de ese modo la indiscutible escasez de viviendas decentes y a precios accesibles.40 Los otros componentes principales de ese paquete legislativo que se sancionaron fueron una ley de jubilaciones de 1921 para los trabajadores de los servicios públicos y un proyecto de 1918 que intentó controlar (en gran medida sin éxito) el trabajo doméstico en la capital. Los radicales propusieron un torrente de leyes laborales en 1921 y 1922, pero a pesar de lo que parecía ser un intenso interés de muchos sectores, ninguna de ellas se sancionó durante el gobierno de Yrigoyen. Una versión del gran programa de previsión social presentado por este último, pero aprobado en el gobierno de Alvear, generó una ola de protestas tanto de trabajadores como de empleadores. Como veremos en el capítulo 4, nunca se lo implementó de manera efectiva.41

La administración de Alvear, pese a sus problemas para conseguir la sanción de los proyectos de ley en el congreso, tuvo algún éxito con la legislación laboral: la creación de una caja de jubilaciones para los emplea­dos bancarios, una ley que obligaba a pagar los salarios en dinero y no en bienes, otra destinada a proteger a las mujeres y los niños que trabajaban en fábricas y una más que ponía fin al trabajo nocturno de los panaderos. En la segunda administración de Yrigoyen se promulgó una ley que imponía la jornada laboral de ocho horas.42

Es difícil decir hasta qué punto se pretendía que estas leyes se cumplieran. El organismo encargado de velar por su cumplimiento, el Departamento Nacional del Trabajo (DNT), se quejaba en 1926 de que contaba con menos recursos, incluyendo el personal, que en 1914, pese a tener mucho más que hacer. La dotación de personal se mantuvo sin cambios entre 1920 y 1927, pero dos fuentes difieren en cuanto a si el DNT tenía más personal en 1914 o en 1929.43

El efecto de la legislación en la vida de los trabajadores quizás haya sido limitado, pero los gestos seguían siendo importantes. El gobierno daba la impresión de preocuparse. (…)

Cuando Pedro Bidegain, el caudillo radical de la sexta sección electoral de Buenos Aires, fue homenajeado al final de su mandato legislativo, se lo elogió como una persona entregada a la solución de los problemas de los obreros.44 Los radicales, y en especial Yrigoyen, estaban en sintonía con grandes sectores de las masas. Ayudaban cuando hacía falta ayudar y lograron que muchos identificaran el partido con la nación misma. Yrigoyen creó una imagen de sí mismo como una persona piadosa, austera, sobria y preocupada por los pobres. (…)

Alvear 
Alvear era una figura muy diferente a Yrigoyen. Su modo de vida distaba de ser austero. Miembro de una familia sumamente rica, disfrutaba de su riqueza y aun ya presidente siguió llevando una buena vida. Solía caminar por la Avenida de Mayo hasta el café Tortoni para escuchar recitales de poetas, paseaba por la elegante calle Florida e iba a nadar a Mar del Plata. Según Félix Luna, asistía a una enorme cantidad de ceremonias oficiales porque, a su juicio, hacerlo constituía una parte clave de la tarea de un presidente. Alvear encarnaba el concepto de comportamiento antiperso­nalista. Tenía un estilo poco dado a las interferencias y permitía que sus ministros actuaran según su propio criterio. Algunos han atribuido esa actitud al deseo de llevar adelante un gobierno de estilo “europeo” –esto es, dar poder al gabinete ministerial–, pero no está claro en absoluto lo que Alvear hacía con gran parte de su tiempo.45Ni siquiera en las columnas de la prensa adicta se lo presentaba como alguien involucrado en actividades políticas durante largos períodos. Es posible que hiciera mucho entre bastidores. Aun así, los ministros de su gabinete estaban con frecuencia en pugna; resultaba difícil discutir la política de la administración porque parecía haber más de una. No es evidente en modo alguno cuánto quería gobernar realmente Alvear.

El presidente prefería valerse de la burocracia. En muchos aspectos, no podía apelar al personalismo. Su base de apoyo existía porque él estaba dispuesto a compartir el poder y porque no era Yrigoyen. Como ambos y sus seguidores eran miembros de la Unión Cívica Radical, no debe sorprendernos demasiado que compartieran ideas y modos de expresarse.

Algunos incidentes relacionados con esa procedencia común ya se han examinado. Los alvearistas también intentaron usar el obrerismo. A pesar de su reputación en contrario, el capítulo 6 pondrá en evidencia que, en algunas áreas, la administración de Alvear fue mucho más allá que la de Yrigoyen en el intento de establecer una relación regular con el movimiento obrero, y en especial con los ferroviarios. Las contradicciones internas de la administración, empero, socavaron los esfuerzos hechos en otros ámbitos, como el puerto de Buenos Aires. De todos modos, es un hecho que el gobierno procuró apelar a los sindicatos en busca de apoyo.

Como su predecesor, Alvear hizo gestos para demostrar que se preocupaba por las clases populares. Por ejemplo, después de visitar los talleres estatales instalados a la vera del Riachuelo, ordenó que se trazara un plan de construcción de casas para alquilarlas a bajo precio a los obreros.46 También mantenía reuniones regulares con delegaciones sindicales, aunque probablemente con menos frecuencia que Yrigoyen, porque en muchos casos dejaba la tarea en manos de sus ministros. En 1927, por ejemplo, se reunió con representantes de La Fraternidad, el sindicato de maquinistas y fogoneros de los ferrocarriles, y las compañías ferroviarias, para llevar a buen puerto un convenio sobre aumentos salariales.47 Alvear también decretó que el 1º de Mayo, Día del Trabajo, sería feriado para los empleados del Estado.48

A diferencia de los personalistas, sin embargo, los antipersonalistas carecían de aptitud para lo simbólico. Cuando Alvear hizo una recorrida por la fábrica Águila, que elaboraba cafés y chocolates, uno de los miembros de su comitiva era Joaquín Anchorena, cabeza de la Asociación del Trabajo, una organización contraria a los sindicatos.49

La administración alvearista, sobre todo mientras José Tamborini fue ministro del Interior (1925-1928), no temía los grandes gestos que, con escaso costo, apuntaban a complacer a gran cantidad de integrantes de las clases populares. El indulto presidencial a Eusebio Mañasco es un buen ejemplo de ello. Mañasco, líder de un sindicato que representaba a los trabajadores de las plantaciones de yerba mate de San Ignacio, Misiones, había sido sentenciado a prisión perpetua por el asesinato de Allan Steven­son en 1921. Sus partidarios afirmaban que lo habían condenado sobre la base de un testimonio obtenido con apremios. En 1927, la USA, la confederación gremial del sindicalismo revolucionario, lanzó una campaña para forzar a la Corte Suprema a anular la sentencia o hacer que Alvear indultara al condenado. La agitación ganó en intensidad y se combinó con las movilizaciones contra la ejecución de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti en Massachusetts. Casi toda la izquierda se unió a las campañas y en febrero se realizó una gigantesca manifestación. El aparato político antipersonalista estaba claramente a favor de la libertad de Mañasco. La cobertura de La Acción, el diario antipersonalista, propiciaba liberarlo, y una vez que la Corte Suprema se limitó a reducir su condena, el indulto pareció ser la única salida posible. Una convención de antipersonalistas de la capital presionó para que se lo decretara. Alvear recibió a una delegación de la USA, cuyos integrantes pidieron que se otorgara un indulto, junto con los que tradicionalmente se sancionaban el 9 de julio, Día de la Independencia. Al cabo de la reunión, los delegados expresaron su certeza de que Mañasco sería liberado. Se habló de una huelga general, pero La Acción afirmó que “los obreros del país tienen profunda fe en el presidente. No se trata de una devoción idolátrica y sentimental, que resultaría deprimente por su incondicionalismo, y sí de un acto de justicia, reflexivo y sereno, que se basa en el análisis tranquilo de su obra de gobernante”. El 8 de julio la liberación de Mañasco apareció en la primera plana de La Acción, y los antipersonalistas siguieron explotando la situación. El 13, La Acción se refirió a la visita de Mañasco al diario y lo mostró en dos fotografías rodea­do de sus empleados. El diario afirmaba que los antipersonalistas “no son indiferentes a las inquietudes ni los anhelos de las masas laboriosas”. Los comunistas respondieron con más cinismo (y exactitud): vieron el indulto como un ejemplo de obrerismo, hecho con la esperanza de ganar votos en las próximas elecciones presidenciales. También vieron detrás de la medida la mano de Leónidas Anastasi, jefe del aparato antipersonalista en la capital y ex abogado del sindicato de obreros marítimos. Cualquiera que hubiera sido el papel de Anastasi, la acusación era correcta, sobre todo porque La Acción destacó que Mañasco no sería candidato del Partido Comunista en las elecciones, sino que seguiría militando en la USA.50

De abril a agosto de 1927 una agitación en gran escala estremeció la Argentina, a raíz de las protestas de los trabajadores contra la inminente ejecución de Sacco y Vanzetti. Se convocó una serie de huelgas generales, a pesar de la falta de cooperación entre diversos elementos de la izquierda. Aun así, sindicatos y organizaciones de izquierda tocaban un motivo sin­ceramente sentido. La autobiografía de José Peter, uno de los principales dirigentes comunistas entre los trabajadores de la carne en las décadas de 1930 y 1940, señala con claridad que su participación en ese movimiento lo radicalizó. El anarquista José Grunfeld vivió una experiencia similar. Sin lugar a dudas, podríamos multiplicar los ejemplos en ese sentido. Desde el punto de vista de los antipersonalistas, la agitación representaba una oportunidad menor porque no podían hacer nada por la suerte de Sacco y Vanzetti. Las huelgas fueron toleradas. Según La Prensa, inmediatamente antes de la huelga general del 10 de agosto el jefe de policía se reunió con dirigentes sindicales con el solo fin de instarlos a actuar con serenidad en las manifestaciones. La Acción parecía favorablemente dispuesta y llegaba al extremo de indicar que podría estar de acuerdo con un boicot a los pro­ductos norteamericanos. Una caricatura aparecida el 5 de agosto sugería que Alvear tenía mejores ideas que el gobernador de Massachusetts, con lo cual daba a entender que el ejemplo a seguir era el indulto de Mañasco.51

Las ideas obreristas de la administración de Alvear fueron saboteadas al menos en parte por sus integrantes. Muchos de los que rodeaban al presidente –Leopoldo Melo, amigo y candidato presidencial antipersonalista en 1928; el ministro de Relaciones Exteriores Ángel Gallardo; el ministro de Marina Manuel Domecq García, y el intendente de Buenos Aires, Carlos Noel– eran miembros conspicuos de la Liga Patriótica, un grupo militante derechista y antiobrero. Alvear llegó incluso a designar a Manuel Carlés, líder de la organización, como interventor en la provincia de San Juan. Noel también había participado activamente en la Asociación del Trabajo –de tendencia antisindical– desde su fundación, y luego de su nombramiento como intendente la organización ofreció un banquete en su honor en el Jockey Club, un bastión de la clase alta. Muchos integrantes del movimiento sindical consideraban inquietantes estos lazos, e incluso los denunciaban de vez en cuando. Las afiliaciones complicaban las relaciones de la administración con los dirigentes obreros.52

Alvear nunca intentó generar una popularidad personal. Aunque hubo esfuerzos por conquistar apoyo político en las clases populares, su resultado no fue especialmente auspicioso. Pese a mejoras reales en las condiciones de trabajo en algunas industrias y un buen desempeño general de la economía, Yrigoyen y sus aliados aplastaron a los antipersonalistas en las elecciones de 1928. Un factor que contribuyó a la victoria de los persona­listas fue la incapacidad de sus adversarios para captar la importancia de lo simbólico.

Rechazo de la oposición

Un elemento crucial de la cultura política de todos los integrantes de la UCR era su renuencia a aceptar que las fuerzas opositoras eran verdaderamente legítimas. Esa actitud favoreció el golpe militar de septiembre de 1930, porque la negativa a aceptar a los opositores creció a medida que el radicalismo se acercaba a controlar todos los poderes del Estado.53 Aun cuando actuaban dentro de un sistema democrático, los radicales consideraban antipatriótica a toda la oposición. Solo ellos entendían la nación y luchaban por su progreso. Habían construido una visión del sistema político que los mostraba como los verdaderos representantes del pueblo; las fuerzas opositoras eran el otro. Un manifiesto de la UCR de marzo de 1916, por ejemplo, proclamaba: “La Unión Cívica Radical es la Nación misma, bregando hace veintiséis años para libertarse de gobernantes usurpadores y regresivos. Es la Nación misma, y por serlo, caben dentro de ella todos los que luchan por los elevados ideales que animan sus propósitos y consagran sus triunfos definitivos”.54 Otro ejemplo es el manifiesto donde se anunciaba la vuelta a la participación electoral en 1912: Siendo la Unión Cívica Radical la expresión genuina de la nacionalidad en sus más sagrados anhelos y aspiraciones, deben identificarse con ella todas las actividades y reunirse siempre bajo su bandera todos los ciudadanos bien intencionados, aumentando sus filas indefinitivamente hasta vencer cuantos obstáculos se opongan a libertar la república de tantos vejámenes y opresiones.55

Durante la campaña presidencial de 1928, el diario yrigoyenista La Época se refería a los principales opositores (los antipersonalistas) como “traidores”. En esa misma campaña, el senador personalista por Santa Fe, Armando Antille, propuso que las cabezas de los antipersonalistas se clavaran en picas, una referencia patente a hechos ocurridos en la Argentina durante la dictadura de Juan Manuel de Rosas, en la primera mitad del siglo XIX. La réplica de los antipersonalistas (que formaban parte de la misma tradición retórica) no le fue en zaga. En 1927, una nota de La Acción sobre una elec­ción provincial en Entre Ríos se refería a los personalistas como “esclavos”, una manera de dar a entender que eran serviles con Yrigoyen.56 En los úl­timos días de la campaña presidencial de 1928 La Acción publicó ataques a la salud mental de Yrigoyen, a quien calificaba de “senil”. El día anterior a las elecciones el diario caracterizaba de la siguiente manera las alternativas: “Orden, paz y trabajo, es lema que encarna la fórmula de la Unión Cívica Radical [antipersonalista]. […] Demagogia, escándalo y corrupción es el programa de la montonera personalista”.57 Es evidente que estamos en un mundo donde el concepto de oposición leal no existe. Solo nosotros (dice cualquier grupo radical) representamos verdaderamente a la nación. (…)

Referencias:

1 La Prensa, 13 de octubre de 1916.
2 Marcelo Padoan, Jesús, el templo y los viles mercaderes: un examen de la discursividad yrigoyenista, Bernal (Argentina), Universidad Nacional de Quilmes, 2002, p. 40.
3 H. Sabato, La política en las calles: entre el voto y la movilización. Buenos Aires 1862-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998y P. Alonso, Between Revolution and the Ballot Box: The Origins of the Argentine Radical Party in the 1890s, Cambridge, Cambridge University Press, 2000 (trad. Esp.: Entre la revolución y las urnas: los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años noventa, Buenos Aires, Sudamericna/Universidad de San Andrés, 2000.
4 Manuel Gálvez, Vida de Hipólito Yrigoyen: el hombre del misterio, segunda edición, Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1939, p. 264, y American Society of Newspaper Editors, International Yearbook 1929, Nueva York, Editor and Publisher, 1929, p. 290.
5 La Fronda, 31 de julio de 1929, citado en Ricardo Sidicaro, La política mirada desde arriba: las ideas del diario La Nación, 1909-1989, Buenos Aires, Sudamericana, 1993, p. 111.
6 Daniel James, Resistance and Integration: Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, p. 14 [trad. esp.: Resistencia e integración: el peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976, Buenos Aires, Sudamericana, 1990].
7 Gareth Stedman Jones, “Rethinking Chartism”, en Languages of Class: Studies in English Working Class History, 1832-1982, Cambridge, Cambridge University Press, 1983, p. 96 [trad. esp.: “Reconsideración del cartismo”, en Lenguajes de clase: estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa (1832-1982), México, Siglo XXI, 1989, pp. 86-174].
8 Obra del gobierno radical, película del Archivo General de la Nación, legajo núm. 1962, tambor 1111, que Donna Guy tuvo la generosidad de facilitarme.
9 Había otros problemas involucrados, entre ellos el deseo de poder y los conflictos regionales, así como intereses provinciales y posiblemente intereses de clase, porque hacia 1928 los personalistas eran más de clase media que sus rivales.
10 Félix Luna, Historia integral de la Argentina, vol. 8, Los años de prosperidad, Buenos Aires, Planeta, 1997, pp. 234-235.
11 Peter Burke, The Fabrication of Louis XIV, New Haven, Yale University Press, 1992, p. 184 [trad. esp.: La fabricación de Luis XIV, Madrid, Nerea, 1995]. Querría agradecer a Ariel de la Fuente por señalarme este libro.
12 Ramón Columba, El congreso que yo he visto, Buenos Aires, Columba, 1988, vol. 2, p. 210.
13 La Época, 20 de octubre de 1920.
14 M. Gálvez, Vida de Hipólito Yrigoyen…, op. cit., pp. 206 y 264.
15 “Hipólito Yrigoyen en la intimidad: entrevistado por Luis Pozzo Ardizzi”, en El Hogar, 1078, 13 de junio de 1930, en Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero (eds.), Grandes entrevistas de la historia argentina, 1879-1988, Buenos Aires, Aguilar, 1998, pp. 98-102; M. Gálvez, Vida de Hipólito Yrigoyen…, op. cit., pp. 7 y 197-207, y Felipe Cárdenas (h.), “Ese enigmático conductor”, en Félix Luna (ed.), Los radicales, vol. 1, Buenos Aires, Todo es Historia, 1976, pp. 91-92.
16 La Época, 13 de octubre de 1916. Es interesante señalar que en 1916 este diario todavía utilizaba la forma más tradicional del apellido, Irigoyen.
17 La Época, 17 y 27 de noviembre de 1928 y 28 de febrero de 1929.
18 Antonio Herrero, Hipólito Yrigoyen: maestro de la democracia, La Plata, Talleres Gráficos Olivieri y Domínguez, 1927, p. 84.
19 La Época, 26 de octubre de 1927, y L. Bard, Estampas de una vida: la fe puesta en un ideal “llegar a ser algo”, Buenos Aires, Talleres Gráficos J. Perrotti, 1957,p. 118.
20 A. Herrero, Hipólito Yrigoyen…, op. cit., p. 83, citado por M. Padoan, Jesús, el templo…, op. cit., p. 29.
21 A. Herrero, Hipólito Yrigoyen…, op. cit., p. 106.
22 La Época, 5 de septiembre de 1927 y 30 de abril de 1929, y El Obrero Ferroviario, enero de 1944.
23 Diego Abad de Santillán, Memorias, 1897-1936, Barcelona, Planeta, 1977, pp. 105-106. Me gustaría agradecer a James Baer por haberme proporcionado esta informa­ción. La Época, 20 de octubre de 1928 y 5 de septiembre de 1927. Véase también La Época, 27 de noviembre de 1929.
24 La Época, 13 de febrero de 1918; H. Yrigoyen, Documentos de Hipólito Yrigoyen…, op. cit., p. 89, y La Época, 28 de marzo de 1928.
25 La Época, 10 de abril de 1929, y Adriana M. Kindgard, “Procesos sociopolíticos nacionales y conflictividad regional: una mirada alternativa a las formas de acción colectiva en Jujuy en la transición al peronismo”, en Entrepasados, 11(22), principios de 2002, p. 78.
26 La Época, 15 de noviembre de 1920. El mejor análisis de Eva Perón sigue siendo el de Marysa Navarro, Evita, Buenos Aires, Corregidor, 1981.
27 La Época, 4 de agosto de 1920. Véanse también P. Alonso, Between Revolution and the Ballot Box…, op. cit., y Félix Luna, Yrigoyen, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, en especial pp. 196-268.
28 Véase, por ejemplo, La Época, 19 de enero de 1929.
29 Véase, por ejemplo, La Época, 19 de marzo de 1928 o 30 de agosto de 1930.
30 Roberto Etchepareborda, Biografía: Yrigoyen, vol. 1, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983, pp. 127-159; F. Luna, Yrigoyen, op. cit., pp. 225-239; Joseph S. Tulchin, Argentina and the United States: A Conflicted Relationship, Boston, Twayne, 1990, pp. 34-42 [trad. esp.: La Argentina y los Estados Unidos: historia de una desconfianza, Bue­nos Aires, Planeta, 1990]; Luis C. Alén Lascano, “El principismo argentino ante la Prime­ra Guerra Mundial”, Res Gesta (Rosario), 37, 1998-1999, pp. 5-21; Carlos A. Goñi De­marchi et al.Yrigoyen y la Gran Guerra, Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1998, y María Monserrat Llairó y Raimundo Siepe, Argentina en Europa: Yrigoyen y la Sociedad de las Naciones (1918-1920), Buenos Aires, Ediciones Macchi, 1997. Algunos de los sentimien­tos que obraban detrás de estas políticas se encontrarán en el intercambio entre Yrigoyen y Alvear, en T. Halperin Donghi, Vida y muerte de la república verdadera (1910-1930), Buenos Aires, Ariel, 2000, pp. 571-576.
31 La Época La Prensa, 5 a 12 de enero de 1921. Véanse también La Época, 27 de octubre de 1922, y La Prensa, 1º de febrero de 1930. El protagonismo de la policía no terminó con los radicales. Algunos ferroviarios tuvieron por su intermedio su primer con­tacto con Juan Domingo Perón. Véase Luis Monsalvo, Testigo de la primera hora del pero­nismo, Buenos Aires, Pleamar, 1974, pp. 64-65.
32 Adolfo Enrique Rodríguez, Historia de la Policía Federal Argentina, 1916-1944, Buenos Aires, Editorial Policial, 1978, vol. 7, pp. 13 y 35-36.
33 Véanse los capítulos 4 y 5.
34 Véanse capítulo 4 y Bandera Proletaria, 22 de marzo de 1930.
35 La Nación, 19 de diciembre de 1917, citada en R. Sidicaro, La política mirada desde arriba…, op. cit., p. 59.
36 Cámara de Diputados, Diario de sesiones, V, 29 de agosto de 1924, p. 126; véase el capítulo 7.
37 La Época, 9 de abril de 1922, 11 de octubre de 1928 y 24 de mayo de 1929.
38 Ministerio del Interior, Memoria del Ministerio del Interior presentada al honorable Congreso de la Nación, 1921-1922, Buenos Aires, 1922, p. 531 (en lo sucesivo, Ministerio del Interior, Memoria año); La Época, 12 de octubre de 1922; James A. Baer, “Buenos Ai­res: housing reform and the decline of the liberal state in Argentina”, en Ronn Pineo y James A. Baer (eds.), Cities of Hope: People, Protest, and Progress in Urbanizing Latin America, 1870-1930, Boulder (Colorado), Westview Press, 1998, pp. 143-146, y R. J. Walter, Politics and Urban Growth in Buenos Aires: 1910-1942, Cambridge, Cambridge University Press, 1993, p. 73.
39 DNT, Boletín, noviembre de 1921, pp. 9-89; Ministerio del Interior, Memoria 1920-1921, pp. 448-451; Ministerio del Interior, Memoria 1921-1922, pp. 346-458; R. J. Walter, The Socialist Party…, op. cit., pp. 159-160 y 168; Ernesto A. Isuani, Los orígenes conflictivos de la seguridad social argentina, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985, pp. 98-108; Ricardo Falcón, “La relación Estado-sindicatos en la política laboral del primer gobierno de Hipólito Yrigoyen”, en Estudios sociales, 4(10), primer semestre de 1996, pp. 75-78 y 84, y Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, “Composición de la Cámara de Diputados, 1916-1930”, en Cuadernos, 21, octubre de 1991., p. 2.
40 E. A. Isuani, Los orígenes conflictivos…, op. cit., pp. 83-94; Paul Goodwin, Los ferrocarriles británicos y la UCR, trad. de C. Rodríguez, Buenos Aires, Ediciones La Bastilla, 1974, p. 173; leyes 9.653, 10.650 y 11.173, Anales de legislación argentina, Buenos Aires, La Ley, 1942-1953, vol. 2, pp. 930-931 y 1081-1086, y vol. 3, p. 82, y J. Horowitz, “Occupational community and the Creation of a Self-Styled Elite: Railroad Workers in Argentina, en The Americas, 42 (1), julio de 1985, pp. 55-81 [trad. Esp.: “Los trabajadores ferroviarios en la Argentina (1920-1943: la formación de una elite obrera”, en Desarrollo Económico, 25 (99), octubre-diciembre de 1985, págs. 67-69.
41 E. A. Isuani, Los orígenes conflictivos…, op. cit., pp. 99, 100 y 122-123; José Panet­tieri, Las primeras leyes obreras, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984, p. 78; Juan Guillermo Torres, “Labor politics of the Radicalism in Argentina (1916-1930)”, tesis de doctorado, University of California, San Diego, 1982, pp. 186-189, y Cámara de Diputados, Diario de sesiones, 1921 y 1922.
42 Se encontrará una lista de esas leyes en Luis Ramicone, Apuntes para la historia: la organización gremial obrera en la actualidad, Buenos Aires, Bases, 1963, p. 66.
43 Ministerio del Interior, Crónica informativa, septiembre de 1926, p. 61; Néstor Tomás Auza, “La legislación laboral y la complejidad del mundo del trabajo: el Departamento Nacio­nal del Trabajo, 1912-1925”, en Revista de Historia del Derecho, 17, 1989, en especial pp. 98- 99, y Hernán González Bollo, “Ciencias sociales y sociografía estatal: tras el estudio de la familia porteña, 1889-1932”, en Estudios sociales, 9(16), primer semestre de 1999, p. 37.
44 La Época, 24 de junio de 1930.
45 F. Korn, Buenos Aires: los huéspedes del 20, Buenos Aires, Sudamericana, 1975, pp. 128-129; F. Luna, Alvear, Buenos Aires, Libros Argentinos, 1958, en especial pp. 69-70, y A. Cattaruzza, Marcelo T. de Alvear: el compromiso y la distancia, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1997.
46 La Acción, 2 de noviembre de 1923.
47 La Acción, 26 de agosto de 1927; La Época, 26 de agosto de 1927, y El Obrero Ferroviario, 1º de septiembre de 1927. Se encontrarán otros ejemplos en La Confraternidad, agosto y diciembre de 1923.
48 Mariano Ben Plotkin, Mañana es san Perón: propaganda, rituales políticos y educación en el régimen peronista (1946-1955), Buenos Aires, Ariel, 1993, p. 83.
49 Boletín de Servicios, 20 de noviembre de 1923, p. 584.
50 La Vanguardia, 27 de diciembre de 1926; La Acción, 12 de febrero a 13 de julio de 1927, en especial 12 a 25 de febrero, 3 de mayo, 29 de junio y 1º a 13 de julio; La Internacional, 9 de abril y 9 y 16 de julio de 1927; Bandera Proletaria, 9 de julio, 17 de agosto y 3 de septiembre de 1927, y S. Marotta, El movimiento sindical argentino: su génesis y desarrollo, 3 vols., vols 1 y 2, Buenos Aires, Ediciones Lacio, 1960-1961; vol. 3, buenos Aires Calomino, 1970, vol. 3, pp. 226-240. Posiblemente hubo también cierta participación de la diplomacia mexicana; véase Pablo Yankelevich, Miradas australes: propaganda, cabildeo y proyección de la Revolución Mexicana en el Río de la Plata, 1910-1930, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1997, p. 333.
51 La Prensa, 1º de abril a septiembre de 1927, en especial 10 de agosto; La Época, 1º de abril a septiembre de 1927; La Acción, 1º de abril a 1º de septiembre de 1927, en especial 4 a 11 de agosto y 1º de septiembre; Bandera Proletaria, 5 de junio de 1926 y 16 de abril a 3 de septiembre y 22 de octubre de 1927; La Chispa, 21 de agosto a 15 de septiembre de 1927; La Confederación, julio y agosto de 1927; José Peter, Crónicas proletarias, Buenos Aires, Esfera, 1968, pp. 34-45, y José Grunfeld, Memorias de un anarquista, Buenos Aires, Nuevohacer, 2000, p. 93
52 Luis María Caterina, La Liga Patriótica Argentina: un grupo de presión frente a las convulsiones sociales de la década del veinte, Buenos Aires, Corregidor, 1995, pp. 90-91 y 285; Sandra McGee Deutsch, Counterrevolution in Argentina, 1900-1932: The Argentine Patriotic League, Lincoln, University of Nebraska Press, 1986, pp. 103 y 185-186 [trad. esp.: Contrarrevolución en la Argentina, 1900-1932: la Liga Patriótica Argentina, Bernal (Argentina), Universidad Nacional de Quilmes, 2003]; R. Molina, “Presidencia de Marcelo T. de Alvear”, en Academia Nacional de la Historia (ed.), Historia argentina contemporánea, vol. 1, sección 2, Buenos Aires, El Ateneo, 1963, pp. 271-345., p. 341; Boletín de Servicios, 20 de noviembre de 1922, p. 533; Bandera Proletaria, 21 de febrero de 1925, y La Unión del Marino, diciembre de 1922 y marzo de 1923.
53 Véase el argumento sobre las causas del golpe en P. H. Smith, “The breakdown of democracy in Argentina, 1916-1930”, en Juan J. Lunz y Alfred Stepan (eds.), The Breakdown of Democratic Regimes: Latin America, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1978, pp. 3-27.
54 “Manifiesto de la Unión Cívica Radical al pueblo de la República”, 30 de marzo de 1916, reproducido en T. Halperín Donghi, Vida y muerte…, op. cit., p. 559.
55 Horacio A. Varela y José Camilo Crotto, “Al pueblo de la República”, en H. Yrigoyen, Documentos de Hipólito Yrigoyen…, op. cit., p. 45.
56 La Época, 11 y 30 de abril de 1928; M. Padoan, Jesús, el templo…, op. cit., pp. 32- 33, y La Acción, 6 de junio de 1927.
57 La Acción, 23 y 24 de enero y 25 y 31 de marzo de 1928. Las montoneras eran fuerzas irregulares muy comunes en las guerras civiles del siglo XIX. En este caso el término se utiliza como un insulto.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar